La teoría del huevo



La historia de la comida preparada despegó en la década de 1940, con la masa para empanadas o panecillos. Si bien estos preparados fuero recibidos con entusiasmo, hubo algunas excepciones, tal y como lo explica Dan Ariely en su libro Las ventajas del deseo:
Las amas de casa eran particularmente reticentes a los preparados instantáneos para postres que sólo exigían añadir agua. Algunos vendedores se preguntaban si esos preparados eran demasiado dulces o si tenían un sabor artificial. Pero nadie entendía por qué los preparados para hacer masa de hojaldre y panecillos (hechos fundamentalmente con los mismos ingredientes) eran en cambio tan populares, mientras que los preparados para pasteles no se vendían.
Los expertos sugirieron diversas teorías para explicar esta conducta tan singular. ¿Por qué unas cosas sí y otras no? Según Laura Shapiro, autora de libros de cocina, los panecillos y el hojaldre no son platos en sí mismos. Un cocinero puede admitir que le ayuden a hacerlo sin sentir que está perdiendo el mérito.

Sin embargo, el postre es un plato en sí mismo. Como dedujo el experto en marketing y psicólogo Ernest Dichter, el problema podía resolverse fácilmente: bastaba con agregar una falsa complicación al proceso; como eliminar algunos ingrediente para que el cocinero pudiera añadirlos y así tener la falsa sensación de que el postre era más suyo, brindándoles una sensación de comodidad.

Esta idea recibió el nombre de “Teoría del huevo”:

Y efectivamente, cuando la marca Pillsbury quitó este ingrediente de sus preparados dejando que fueran las mujeres quienes añadieran los huevos frescos, además de un poco de leche y aceite, las ventas remontaron.

Por lo visto, para las mujeres de la década de 1950 añadir huevos, y uno o dos ingredientes más, bastaba para que los postres instantáneos de supermercado se levaran a la categoría de platos hechos por ellas mismas, aunque su intervención en la elaboración del postre fuera mínima.

Xataka Ciencia

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